La historia del reloj
Sacó su reloj de bolsillo y lo abrió con un movimiento ágil: las cinco menos veinte. Llevaba cuarenta minutos esperando, y por más que lo había intentado, ella no contestaba el móvil. Se trataba de otro desengaño, no cabía ninguna duda. Este era otro plantón, y mira que lo había intentado todo: invitaba a copas a las chicas por la noche, ponía la caña en chats mediocres, controlaba su pulso al traerles el café por las mañanas a sus compañeras de trabajo… Y cuando por fin conocía una chica que al menos recordaba su nombre, le dejaba tirado con aquella cara de idiota en la puerta de aquel cine… Ni siquiera había elegido él la película, había delegado en ella esa responsabilidad, y ella había optado por una comedia americana con Hugh Grant en el papel de bobo.Se sentó en un banco cercano y volvió a sacar el reloj. Esta vez lo hizo lentamente. Salvó en un dos zonas, la capa dorada que lo recubría estaba intacta. Los grabados, que tampoco se habían borrado, representaban a dos serpientes entrelazadas que se mordían las colas. Lo hizo girar como si fuera un péndulo sujetándolo por la cadena, también dorada. Recordó aquel mes de diciembre, el único mes de su vida en el que estuvo enamorado. Recordó también a la chica que se lo había regalado, diciéndole: para ti que no le das importancia al tiempo. Ella había dicho tal cosa porque él aseguraba que por mucho tiempo que pasase, él seguiría estando a su lado. Ella no se lo podía creer, y siempre se lo echaba en cara. No entendía cómo en tan sólo un mes, él podía haberse enamorado tan profundamente de ella. Tristemente, pocos meses después, el hermano de la chica llamó a nuestro amigo, desconsolado, y entre gritos y lágrimas consiguió balbucear que ella se había suicidado.
En aquel momento, no supo reaccionar. Se quedó pasmando, mirando el reloj, que ya por aquel entonces sacaba instintivamente de su bolsillo cuando estaba nervioso. Nunca se planteó ir a su funeral porque pasó los siguientes cuatro días en un estado de autismo casi total. Perdió el trabajo, la ropa que tenía tendida se secó y se volvió a mojar. Cuando reacción lo hizo casi de forma súbita, una mañana, asomado a la ventana. De aquello hacía casi cuatro años. Lo único que le quedaba de aquel amor, su único amor, eran uno pocos recuerdos desdibujados y aquel reloj. Y apoyado en aquel banco, después de tanto tiempo se dio cuenta de su error. Se dio cuenta de que el tiempo sí que era importante, y de que se le había pasado volando. Las mismas lágrimas amargas de hace tanto se volvieron a apoderar de sus ojos, y no pudo evitar que el reloj se le cayera de las manos, y que se estrellara contra el suelo.El delicado objeto saltó en mil pedazos ante sus ojos desorbitados. Intentaba divisar dónde había ido a parar la tapa, la espera los dos mil tornillos que atesoraba dentro. Se agachó limpiándose los mocos con la manga, y recogió del suelo un papelito enrollado como un papiro que había brotado del reloj. Reconoció la letra de ella. Con los ojos aún nublados, leyó:
Como confió en ti, he decidido ponerte a prueba, a ti, que siempre dices que el tiempo no te importa. Qué mejor símbolo del tiempo que un reloj, ¿no te parece? Si tan poco te importa, en cuanto rompas este reloj, leerás la nota y vendrás a mi casa a darme un beso. Y si no lo haces, mi hermano, el que estudia arte dramático te dará un escarmiento. Te espero.
Él no salía de su asombro. Habían pasado cuatro años. Cuatro largos años, y no se había dado cuenta hasta ese momento. Corrió hasta la casa de ella. Llegó sin resuello al portal y llamó al timbre. No obtuvo respuesta y pensó si estarían durmiendo. Echó mano de su reloj, y soltó una carcajada al darse cuenta de la situación. Cuando fue a llamar al timbre por segunda vez, una voz de hombre contestó. Preguntó por ella, y reinó el silencio. La voz preguntó quién era, y él respondió, eso, que era él. Tras otro silencio la puerta se abrió. El subió atropelladamente las escaleras y cuando se halló ante la puerta se paró en seco.Un hombre poco mayor que él, pero sí más alto y con los ojos color madera, le abrió la puerta con el ceño fruncido. El volvió a preguntar por ella, pero el hombre permaneció impasible. Cerró la puerta tras de sí no sin antes echar un vistazo al interior de la casa, como el león que guarda dentro a su hembra, y se quedó a solas con él en el pasillo. Él retrocedió unos pasos con miedo a lo que pudiera salir de la boca de aquel hombre.
- Ella es mi mujer. No sé quien eres tú pero no me gustas, así que sal de aquí o te saco yo mismo. No quiero despertar a los niños.
Él comprobó cómo sus sospechas se confirmaban. Cabizbajo se dirigió hacia la calle. No había tenido tiempo de asimilar que el amor de su vida había aparecido y desaparecido al mismo tiempo. Ella estaba casada y tenía hijos con aquel tipo alto con pinta de alemán.
De un pronto un escalofrío le recorrió la espalda. Su pecho se hinchó como si fuera a explotar y su corazón bombeó sangre suficiente para abastecer a tres cuerpos. Las lágrimas brotaron de sus ojos al no haber sabido nunca contener la alegría. Nunca antes un sonido le había parecido tan bello. Una sonrisa iluminaba su cara cuando se dio la vuelta para cerciorarse de que aquellas palabras las pronunciaba ella de verdad.
-Mi hermano te ha vuelto a engañar
1 Comments:
Esa mujer era una perra, yo le hubiera tirado un zapato a la cara a la piva al hermano una catea
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